Por Alberto “Pepe” Robles *
El cierre del mundo es un hecho sin parangón en la historia de la humanidad, que tendrá dramáticas consecuencias sociales y económicas. Hoy la preocupación es cómo “achatar la curva” para evitar que el sistema de salud colapse, pero cuando la pandemia sea superada, aparecerá el problema de fondo: la próxima pandemia. Otro mundo es inevitable.
La historia ha mostrado varias veces cómo algunos sistemas sociales con fuertes desequilibrios, colapsan ante determinados acontecimientos sorpresivos y se derrumban como un castillo de naipes.
Un motín en un barco importador de té chino desencadenó la Independencia de Estados Unidos; una farsa como la “detención” del rey de España por Napoleón, desencadenó la independencia de las colonias hispanoamericana y el fin del Imperio Español; la dictadura más sangrienta de la historia argentina cayó por iniciar una guerra que nadie entiende por qué inició; un simple error de comunicación durante una conferencia de prensa referida al muro de Berlín, desencadenó la implosión de la Unión Soviética; las “pícaras” maniobras delictivas de un banco como Lehman Brothers desencadenó la crisis financiera mundial más grande de la historia y el fin de la etapa expansiva de la globalización. Esto mismo está pasando con la pandemia del coronavirus. Nunca antes habíamos visto una parálisis de la humanidad de esta magnitud. Después de la pandemia difícilmente el mundo podrá seguir siendo igual.
Esta pandemia podrá haber tomado al mundo de sorpresa, pero no es para nada un hecho inesperado. Hace varios años que se sabe que podía pasar. Hace diez años que sucedió la pandemia de la gripe A, y ya se sabía por entonces los peligros para el sistema mundial actual que podía significar una pandemia. Hace rato que el cine catástrofe y apocalíptico viene tomando como tema a las epidemias globales: Epidemia (1995) con Dustin Hoffman, Doce monos (1995) con Bruce Willis, Soy leyenda (2007) con Will Smith, The Walking Dead (2010), Contagio (2011) con Mat Damon, Guerra Mundial Z (2013) con Brad Pitt…
Ahora se está mostrando por todos lados una presentación de Bill Gates de 2015, diciendo lo mismo: que hoy, con la globalización, los virus son más peligrosos para la humanidad que la bomba atómica. Extrañamente los medios no recordaron también otra de las advertencias recientes realizadas por el inventor de Windows: el peligro de un mundo híperdesigual, en el que un 1% de ricos dispone del 50% de los recursos económicos del mundo y la necesidad imperiosa de que los superricos paguen más impuestos, para que el Estado vuelva a tener recursos para “gobernar” una situación que se ha vuelto caótica.
Es por aquí por dónde debemos empezar a pensar esta pandemia. ¿Qué pasó? ¿Por qué pasó? Y lo que es mucho más importante: ¿cómo evitar que vuelva a pasar? A duras penas y con un enorme costo social y económico, el mundo podrá recuperarse de las consecuencias de esta pandemia. Pero la pregunta crucial es la siguiente: ¿qué impide que vuelva a pasar lo mismo el año que viene, o el siguiente? Ni el mundo, ni ningún país podría enfrentar una “segunda” pandemia en un lapso relativamente corto. Digamos menor a una década.
Hay algo en esta pandemia que la asimila a la Primera Guerra Mundial. Al globalizarse la guerra, sus consecuencias negativas llegaron a tal punto que el mundo no podía permitirse que estallara una nueva guerra mundial. Por esa razón las potencias mundiales buscaron crear una Liga de Naciones (que incluyó también una Organización Internacional del Trabajo) que pudiera garantizar un mundo de paz y justicia social. Como se sabe, el proyecto fracasó y la consecuencia fue la “Segunda” Guerra Mundial: Europa arrasada, al igual que parte de Asia y una serie de genocidios cometidos por las culturas más “civilizadas” de la historia.
El problema de la “segunda” pandemia no puede ser resuelto sólo científicamente, o médicamente. Cuando se descubra, la vacuna servirá para luchar contra “este” coronavirus, pero no servirá contra los nuevos virus que aparecen continuamente. El problema de la “Segunda Pandemia” no es un problema científico, sino un problema de política y modelo global.
No se trata sólo de los sistemas de salud. Tampoco se trata, como propone Bill Gates en su ya famosa conferencia, de que los Estados “ricos” gasten una fortuna enorme, con recursos que hoy no tienen, para crear un sistema sanitario gigantesco que les permita desplazarse a gran velocidad a cualquier parte del mundo para impedir que los nuevos virus salgan del lugar en el que aparecieron. Esto es no entender el mundo de hoy.
La pandemia del coronavirus obliga a revisar completamente la globalización, en sus estructuras económicas, políticas y sociales. Una vez superada la actual pandemia, la cuestión ya no será cómo achatar la curva de la pandemia, sino que el mundo no está en condiciones de resistir una “segunda” pandemia. Si para “achatar la curva” hay que cerrar el mundo dos o tres meses a un costo socio-económico altísimo, ni el mundo, ni los países, podrían soportar un nuevo cierre en los próximos años.
El mundo de hoy es un mundo interconectado a una velocidad y densidad cada vez más alta, tanto virtualmente, como físicamente. El turismo pasó del 6% de la humanidad al 16% entre 1980 y 2014. Hoy los bienes y servicios se producen mediante cadenas globales en las que un mismo producto utiliza piezas y servicios producidos en decenas de países. El sistema financiero permite que el capital se traslade a cualquier lugar del mundo en microsegundos, buscando ganancias de cortísmo plazo (a veces diarias), sin demasiado cálculo sobre las consecuencias de mediano plazo. Las migraciones internacionales aumentaron de 70 millones en 1970, a 200 millones en la actualidad, a pesar del desarrollo de Estados policiales y el aumento del racismo en los países receptores, que ha servido de base a una resurrección del fascismo. Las redes sociales ya interconectan a la mitad de la población mundial, retroalimentando la interconexión física desde intereses y deseos que desbordan las redes inmediatas (familiares, vecinales y laborales). La llamada “revolución de las low cost”que estalló a partir de la desregulación aeronáutica de la década de 1990, que llevó a cuatriplicar la cantidad de pasajeros transportados, pasando de mil millones en 1990 (20 % de la población mundial), a cuatro mil millones en 2018 (más del 50% de la población mundial).
Precisamente esa interconexión físico-virtual a alta velocidad es el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de nuevos virus globales. Hoy cualquier virus nuevo puede llegar de cualquier parte del mundo, a todo el mundo, en pocas horas. Y cada vez que esto suceda habrá que parar el mundo durante meses, para evitar no solo que las personas vayan de un país a otro, sino que salgan de su casa.
Los daños sociales y económicos son de tal magnitud, que llegan a anular cualquier ventaja social o económica obtenida a veces en décadas. Millones de empresas privadas van a quebrar si los Estados no las subsidian para que puedan pagar sus deudas. Miles de millones de personas están dejando de trabajar y por lo tanto de percibir ingresos, si los Estados no las subsidian. Hasta el FMI recomendó ahora a los Estados aumentar el gasto público en salud y producción de sumistros médicos, así como en apuntalar el consumo interno, para atender la pandemia y sus consecuencias socio-económicas, después de años de recomendar que se redujera el gasto público. Bien, ¿pero quién pagará entonces los gastos de los Estados? ¿Más impuestos, más emisión, más deuda? Cualquiera sea la respuesta, es obvio que se trata de un cambio de modelo.
Hay pleno consenso que el impacto de esta pandemia en la economía global será brutal. Se habla de hasta un 5% de caída del PBI mundial (Revista Estudios de Política Exterior). Para tener una idea de lo que eso significa hay que tener en cuenta que, desde que hay datos, sólo una vez en los últimos 70 años el mundo tuvo un crecimiento negativo del PBI, que fue en 2009, cuando cayó -1,9%, a causa de la terrible Crisis Global de 2008 (de base financiera y alimentaria), que sumergió al mundo en la llamada “Gran Recesión” en la que se encuentra desde entonces.
Literalmente el mundo está yendo para atrás, algo que no había pasado nunca antes de 2008. Hoy, ya nadie piensa que el comercio internacional podrá volver a tener el dinamismo que tuvo hasta 2008. Hay un gran consenso, que ya estaba presente antes de la pandemia, de que los principales países y regiones del mundo, van a orientarse hacia la demanda del mercado interno, el empleo y la acción del Estado. Es decir, keynesianismo, una palabra que ha sido y sigue siendo mala palabra y sinónimo de “populismo” para la ideología económica dominante en los últimos 70 años, que puso su fe en la oferta, direccionada hacia el mercado global, las finanzas y la reducción del Estado mediante la privatización de la economía.
Pero más que el costo de “esta” crisis, lo que queda en claro es que cada nueva pandemia o crisis financiera, pone al mundo entero al borde del abismo, no por la posibilidad de una especie de apocalipsis virósica, sino por el colapso social.
En primer lugar la velocidad y densidad de las relaciones humanas a nivel global, que han permitido por un lado globalizar el mundo, pero simultáneamente también que cualquier crisis -sanitaria, financiera, política, bélica, económica- que se produzca en cualquier lugar del mundo, se “contagie” de inmediato a la totalidad del mundo, generando una parálisis global.
Esta crisis no solo prueba la irresponsabilidad de muchas de las políticas y principios “liberales” que se han incrustado en nuestras mentes como sentido común en las últimas décadas, como la austeridad, la reducción del gasto público, el desprecio por la salud pública y el Estado de Bienestar, la abolición de los ministerios de salud, las privatizaciones y afjps, la flexibilidad laboral, la desregulación, la “apertura” de los países, la obsolecencia de los estados-nación y las fronteras, etc.. Esta crisis pone ante todo en evidencia la cuestión crucial de las asimetrías y la exclusión globales.
De pronto, en plena crisis, el FMI llama a los Estados a gastar más. ¿Pero cómo van a gastar si, el propio FMI viene promoviendo la reducción de impuestos y permitiendo los paraísos fiscales? Hoy, los recursos no están en el Estado. Los recursos están privatizados, en los paraísos fiscales, a nombre de billionarios, empresas multinacionales y grupos de inversión gigantescos como Black Rock, que por si solo maneja un presupuesto igual a 30 países como Argentina.
No es posible vivir en un mundo global hiperconectado y a la vez asimétrico, en el que existen desigualdades aberrantes. Un mundo global no admite países con 50 mil dólares por persona, conviviendo con países que tienen cinco mil o diez mil dólares por persona. La desigualdad obra como un mecanismo de fuertes desequilibros estructurales, similar al que detona los huracanes.
Alemania podrá tener recursos suficientes para cerrarse todos los años un mes y establecer un sistema de salud que pueda enfrentar una pandemia. Pero eso no puede hacerlo Argentina, ni la mayor parte de las naciones del mundo.
Tampoco es posible seguir con un mundo sin gobernanza global. Si la crisis de 2008 puso en evidencia que el G7 ya no era suficiente, y apareció la cumbre del G20, esta crisis pone de manifiesto que hoy ya ni siquiera el G20 es suficiente. Un solo virus en cualquier país del mundo, puede paralizar el mundo entero, poniendo al sistema socio-político-económico al borde del colapso.
¿Cuántas pandemias puede soportar el sistema mundial? ¿Una cada diez años? Quizás, con grandes pérdidas humanas y económicas. ¿Una cada tres años? Seguramente no. ¿Una por año? Definitivamente no. ¿Y qué impide que algún virus nuevo aparezca este año en cualquier parte del mundo?
Ahora todos recuerdan la frase de Billy Gates. Pero nadie recuerda la otra frase, la de reducir la riqueza de los ricos. Una cosa va de la mano con la otra.
Y ya no solo por una sentimiento de solidaridad, sino incluso por egoísmo. Hoy si se enferma un pobre de los países pobres, también se enferman los ricos de los países ricos. Y todos los que están en el medio.
La clave de la crisis actual, son las asimetrías entre países. Un mundo totalmente asimétrico como el actual es inviable. Esto exige reformar y terminar con los sistemas de relaciones internacionales desiguales, provenientes del colonialismo y neocolonialismo, que aún tienen un enorme peso. Esta agenda exige avanzar seriamente, y no en forma simplemente discursiva, sobre cuestiones esenciales como el diálogo Sur-Sur, las autonomías nacionales y regionales (como el Mercosur, la Unasur y la Celac), la regulación de las mega empresas multinacionales y grupos de inversión privados, la crucial cuestión de la división internacional del trabajo (que se encuentra en el corazón del diseño asimétrico del mundo).
Hay que escuchar a Richard Freeman, conocido economista de Harvard defensor del papel de un sindicalismo centralizado, cuando le dice al FMI en la cara, que hoy por hoy, el problema económico central no es la mayor o menor libertad de mercado, sino la desigualdad (presentación de Richard Freeman en la mesa de diálogo de expertos sindicales con el FMI del 20 de noviembre de 2019). La verdadera pandemia del mundo es la desigualdad entre países y entre personas.
Pasada la pandemia del coronavirus habrá que tomar medidas a nivel global para que no vuelva a suceder. ¿Qué formato va a tener este proceso de reforma global?
Habrá que entender que la ampliación del G7 al G20 ya no alcanza. Ahora es necesario un congreso mundial, probablemente a partir de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Habrá que retomar la agenda histórica de justicia social mundial de la OIT (sin justicia social no hay paz), la agenda de la UNCTAD sobre derecho al desarrollo, que debe ser efectivamente llevado al primer lugar entre los derechos humanos, y la agenda del cambio climático, para poder crear una economía que no haga volar la Tierra por los aires.
Una agenda de reforma estructural del mundo, que realmente pueda evitar una nueva pandemia, es similar en profundidad a la que la élite global llevó adelante en las últimas tres décadas, pero con un sentido social inverso. Se trata de una agenda que empalma con la agenda global que Francisco impulsa desde el Vaticano, basada en el diálogo intercultural igualitario, para constituir un nuevo mundo donde no haya seres humanos excluidos.
Una agenda de reforma estructural del mundo, exige también avanzar considerablemente en materia de recursos públicos. James Tobin propuso en 1971 su famosa “tasa Tobin”, para cobrar un modesto impuesto a las transacciones financieras. Le permitió ganar el Premio Nobel, pero el poder de la élite global frenó una y otra vez todo intento de aplicarlo globalmente.
El mundo de hoy es caótico. Y es caótico porque es anárquico. Nadie lo regula, nadie lo gobierna. Es un mundo intencionalmente desregulado. Los grandes hacen lo que quieren, los pequeños parecen barquitos de papel en una tempestad. Rige la llamada “soft law” (ley blanda), llamada así porque no es obligatoria. Las normas internacionales se cumplen sólo en la medida que los sujetos internacionales (países y grandes empresas) deseen cumplirlas, y ni siquiera, porque la reducción de recursos de los estados, la evasión masiva de impuestos de los grandes grupos económicos, la corrupción y una infraestructura institucional internacional muy permisiva, hace que en la práctica el mundo carezca de ley.
No es menor el hecho de que gran parte de la élite política y económica actual de Occidente, se haya volcado hacia el libertarianismo de tipo anárquico (anarcocapitalismo), como el que expresa Ayn Rand en su elogio del egoísmo (Trump, Macri, Bolsonaro), o más de cabotaje, el economista Javier Milei, uno de los economistas estrella para los medios de comunicación argentinos, en los últimos años.
Hace seis meses, Felipe González, uno de los protagonistas que dieron forma a la globalización en la década del 90, reconoció la insostenibilidad del modelo económico financiero actual y describió al mundo como una “anomia global”:
“El gran desafío es saber si el modelo económico financiero que se ha instalado en todo el globo es sostenible —y no le meto carga ideológica alguna—. Yo creo que no. Dicho en términos manchesterianos, el modelo del capitalismo triunfante está destruyéndose a sí mismo por su insostenibilidad. Tengo una perspectiva socialdemócrata y creo que la distribución del ingreso es muy injusta, pero más allá de la discusión sobre la justicia social, o mejores oportunidades en la predistribución de la riqueza, un poco más allá del debate ideológico, hay una realidad, y es que la sostenibilidad de este modelo económico va a fracasar. Las sociedades no soportarán una nueva crisis. Ese es el primer elemento de análisis: el modelo no es sostenible desde el punto de vista socioeconómico. El segundo elemento es que las relaciones internacionales están viviendo una completa anomia, una falta de reglas. Las pocas que se construyeron después de la II Guerra Mundial están destruyéndose. Y las nuevas reglas, construidas más recientemente, no se están respetando” (Felipe González, septiembre de 2019).
En términos similares y aún más impresionante son las declaraciones de Francis Fukujama, máximo representante de la globalización neoliberal en la década del 90 con su tesis de “El fin de la historia”, reconociendo que el modelo ha fracasado estrepitosamente y que es necesario que “vuelva un tipo de socialismo” de redistribución:
Le pregunté a Fukuyama, ¿cómo veía el resurgimiento de la izquierda socialista en el Reino Unido y los Estados Unidos? “Todo depende de a qué te refieres con socialismo. La propiedad de los medios de producción, excepto en áreas donde claramente se requiere, como servicios públicos, no creo que vaya a funcionar. Si te refieres a programas redistributivos que intentan corregir este gran desequilibrio tanto en los ingresos como en la riqueza que ha surgido, sí, creo que no solo puede regresar, sino que también debería regresar. Este período extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se impusieron ciertas ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, tuvo un efecto desastroso en muchos aspectos. En materia de igualdad social, ha llevado a un debilitamiento de los sindicatos, del poder de negociación de los trabajadores ordinarios, el surgimiento de una clase oligárquica en casi todas partes que luego ejerce un poder político indebido. En cuanto al papel de las finanzas, si hay algo que aprendimos de la crisis financiera es que hay que regular estrictamente a este sector, porque ellos harán que sean los demás los que paguen. Toda esa ideología se incrustó profundamente en la zona euro, la austeridad que Alemania impuso al sur de Europa ha sido desastrosa… Estas son todas políticas impulsadas por la élite que resultaron ser bastante desastrosas; hay una buena razón para que la gente común esté molesta”. (Francis Fukuyama, octubre de 2018)
Ahora, ¿cómo se puede avanzar hacia un mundo más simétrico, equitativo, inclusivo y cuidadoso del medio ambiente, sin que este mismo proceso promueva también un avance del fascismo, como ideología defensiva de las élites globales tradicionales y las clases medias tradicionales, ante el ascenso de las nuevas clases medias, las culturas no occidentales relegadas durante siglos y la inclusión de los excluidos? Esta pregunta no tiene aún contestación, pero no hay que olvidar que el desastre que produjo la Segunda Guerra Mundial, llevó al fin del colonialismo, la consolidación del Estado de Bienestar, la entronización de los derechos humanos como valor máximo de la humanidad y el reconocimiento generalizado de los derechos de la mujer.
La revista Foreign Policy, una de las más importantes del mundo en materia de relaciones internacionales, propiedad del diario conservador Washington Post, dijo hoy que “la pandemia cambiará al mundo para siempre” (“How the World Will Look After the Coronavirus Pandemic”, FP, 20/03/2020) y está publicando un artículo tras otro para analizar qué pueda pasar y qué hay que hacer luego de la pandemia.
En ese mismo artículo, FP le pregunta a doce “pensadores globales” qué piensan que va a pasar luego de la crisis. Las respuestas de los doce fueron las siguientes: 1) “Un mundo menos abierto”; 2) “El fin de la globalización como la conocemos”; 3) “Una globalización más chino-céntrica”; 4) “La democracia saldrá de su cáscara para encontrar un nuevo tipo de nacionalismo pragmático y proteccionista”; 5) “Se reducirán geográficamente las cadenas globales de producción”; 6) “Podría aumentar la cooperación internacional”; 7) “Hay que formular una nueva estrategia de seguridad internacional cooperativa y no competitiva, para prevenir pandemias, virus informáticos, radiación o sistemas de inteligencia artificial dañinos”; 8) “Esta crisis reorganizará la estructura de poder internacional de una manera que solo podemos comenzar a imaginar”; 9) “Viene una nueva etapa dramática en el capitalismo global, debido al reconocimiento de que las cadenas de suministro y las redes de distribución mundiales son profundamente vulnerables a las interrupciones”; 10) “La mayoría de los gobiernos se volverán hacia adentro”; 11) “Estados Unidos ha reprobado la prueba de liderazgo”; 12) “La colaboración internacional ha sido lamentablemente insuficiente”.
Teniendo en cuenta lo que pasó en las crisis generadas por la Primera y Segunda guerras mundiales y la Crisis de 2008, es probable, altamente probable, que cuando la pandemia termine se produzca una cumbre internacional con el objetivo de establecer un nuevo orden mundial.
Lo que sostenemos en este trabajo es que el eje central de ese nuevo orden mundial debe ser la eliminación a corto plazo de las grandes asimetrías globales. En caso contrario, las pandemias globales se repetirán una y otra vez, hasta aniquilar todo tipo de organización social.
* Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio”, Universidad de Tres de Febrero (Untref).
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