Por Erika Cabezas *
El reflejo de ella misma la llevó a descubrirse. A explorar en los labios del olvido y registrar su presente, que se derramaba en el éxtasis y, en el trazo de una pluma salvaje, desnudaba las intenciones de conocerse. Sensaciones varias. Un papel que ardía en placer, y se desintegraba a medida que crecía la llama de Nina León, trabajadora sexual, madre de Cuba y escritora en construcción.
“Estaba escribiendo y me miró en el reflejo del vidrio. Me vi después de un montón de años. Hasta ese momento tenía mucho pudor con mi cuerpo, mucho desencuentro. No me había dado la posibilidad de conocerme sexualmente, de conocer mi concha. No sabía en qué momento tenía un orgasmo. Pero empecé a flashearla y a escribir desde un lugar super narciso. Me masturbé y se fue dando una situación muy copada, que me llevó a terminar el cuento con un ‘decidí bautizarme y llamarme Nina León’”, confiesa con una sonrisa en su rostro.
Cansada del periodismo rata y los calls center esclavistas, Nina expulsó sus propios prejuicios y se animó a explorarse en el sexo. “Era la sensación de decir ‘hasta hace un día atrás estaba viendo como le llenaba la lacena a mi hija y ahora no tengo que pensarlo más. Labure y ya tengo la guita sin nadie que me diga recién el mes que viene te pago’”.
Una pelopincho desarmada y varios juguetes desparramados llenan de vida el ambiente. Puta feminista, pero también madre de parir revolucionario. “Quiero disfrutar de la maternidad. Para mi es central la presencia con mi hija. Es una decisión tomada. Quiero verla jugar y crecer, no que me lo cuente una niñera”, relata y, con su dulce voz de tonada formoseña, combate al conservadurismo policíaco abolicionista: “A mi hija jamás la rechazaría por lo que eligiera ser el día de mañana. Si hay algo que me coparía es abrazarla en todas sus decisiones, siempre y cuando las tome con amor y pasión”.
De mirada inclusiva, y con un sentir artístico que atraviesa su corporalidad puteril, la escritora de lo prohibido desafía a sus propios miedos. La libertad la erotiza y el orgullo le desborda la entrepierna. “A mi vieja le conté que ejercía seis meses de haber empezado. Primero, le bajé información sobre la militancia y las trabajadoras sexuales. Al comienzo no me miraba pero, después, me terminó diciendo que ella había crecido con muchos prejuicios en la vida que le hicieron mucho daño. La deconstruí de a poquito sin decir que trabajaba de eso. Recién cuando llegó acá le conté. No lo tomó con rechazo en ningún momento y eso fue algo positivo. Mi hermana, en cambio, estuvo quince días sin hablarme”, relata.
Nina León acaba sobre el tabú y la moralidad con una energía que escandaliza al sistema capitalista. Pero no lo hace sola, sino que se sumerge en una orgía compañera. “Ammar es como un brazo eterno. Es una militancia respetuosa que está creándose por su propia concha, por su propio cuerpo y sangre. Tiene una lucha genuina y humana pero, sobre todo, una dirigente como Georgina (Orellano), que conduce desde el amor y la comprensión, aceptando las contradicciones de los seres humanos. Su conducción no te deja de contener en ningún momento. Es un espacio político muy fuerte. Me siento re atravesada y tranquila. Sé que si en algún momento el ego me traiciona voy a tener compañeras que me la van a bajar de un sopapo y que, incluso, hasta ese sopapo va a ser con amor. Ese tipo de gente es la que quiero a mi lado. Y, en ese sentido, se está marcando un camino que no tiene marcha atrás”, manifiesta.
Movimientos circulares con la mano izquierda, y un sin fin de palabras desenfrenadas, expulsaron ataduras, dolores y rencores. Un renacer auténtico y foraz, pero con temores por afrontar. “Natalia Canteros es la melancolía de la infancia, la raíz. No la deslegítimo ni va a dejar de existir. Fue la que posibilitó la llegada de Nina. De hecho creo que la esperaba, que la tiene como una hija pero que, en este caso, la hija supera a la madre”.
(*) Área Periodística de Radio Gráfica
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