En un marco político electoral que involucra a más de la mitad del planeta, acaba de votar Taiwán y se apresta a hacerlo Pakistán. Se trata de contiendas importantes para la Multipolaridad, desde distintas perspectivas. Vale asomarse a panoramas complejos, en los cuales las injerencias externas lanzan sobre la mesa algunas de sus cartas.
Por Gabriel Fernández *
Por primera vez en la historia se condensan en un solo año elecciones que involucran a más de la mitad de la humanidad. En total, 79 países celebrarán 87 procesos electorales. Algunos, de enorme trascendencia, como los de India, México, Sudáfrica, la Unión Europea … y los Estados Unidos.
LA ISLA. La cabalgata arrancó ayer, en Taiwán. El gobernante Partido Democrático Progresista logró su tercera victoria presidencial consecutiva. Lai Ching-te, el actual vicepresidente del país, declaró la victoria este sábado por la noche, mientras los dos principales rivales de la oposición reconocieron su derrota. Los resultados del Comité Electoral Central de Taiwán, mostraron a Lai con el 41 por ciento del voto popular, mientras que sus adversarios quedaron detrás con el 33 por ciento y el 26 por ciento respectivamente.
Los guarismos indican una ratificación del concepto autónomo de la isla, así como una disminución de la tensión con China. De hecho la división opositora da cuenta de una perspectiva a futuro. Pese a la algarada mediática, nadie esperaba resultados diferentes, y a China no le alarman los mismos. Claro que los Estados Unidos ya intentan traducirlos como un pedido de intervención sobre la zona marítima que circunda la denominada Isla Hermosa (Formosa). ¿Dónde está la clave?
Los vínculos económicos de Taiwán con China se han acrecentado en los años recientes, y la coordinación de ambos espacios para la fabricación de semiconductores resulta determinante. La isla acertó, en el amanecer de los años 90, al impulsar la industria relacionada con esas elaboraciones. En concordia con esa mirada, el coloso asiático se lanzó a la extracción de las tierras raras, minerales imprescindibles para su desarrollo. Hoy, entre las dos cubren cerca del 40 por ciento de la producción mundial de chips.
Uno no puede sin el otro. En tanto, el Partido Comunista Chino avanzó, en diálogo con el Partido Demócrata Progresista en la gestión, sobre la admisión de dos modelos en una sola nación, lo cual tranquiliza a la población isleña -que no está exigiendo intervención externa alguna- y ratifica la unidad territorial del país milenario. Las horas presentes denotan una campaña propagandística occidental que hace flaco favor a Lai, pues le exige posturas rupturistas que están muy lejos de configurar sus anhelos y de encarnar sus intereses.
El 8 de febrero continúa. En Pakistán. Bien vale la pena adentrarse en los factores esenciales de una historia abigarrada y conflictiva. Una historia que no puede ser narrada sin la de su hermana, India, y sin la de sus crueles tutores, Gran Bretaña y los Estados Unidos.
INDIA. La responsabilidad de Gran Bretaña en la tensión perenne que envuelve a India y Pakistán, se puede aprehender con un repaso del decurso regional. Durante un siglo de dominio colonial, todas las acciones destinadas a fragmentar y enfrentar a los pueblos que habitan el lugar fueron adoptadas por el poder londinense. Los rastros de ese control pueden atisbarse en el presente, pese a los realineamientos, e inciden sobre los intentos político sociales tanto indios como pakistaníes, de insertarse en procesos de paz y desarrollo.
Como se recuerda, la independencia de India fue establecida en 1947. Esto implicó la partición en dos del país. El territorio se dividió entre la actual India y el nuevo Estado de Pakistán, cuya parte oriental se convirtió años después en Bangladesh.
El sendero independentista costó una ola de violencia con un millón de muertos y 15 millones de desplazados. Marcó, además, el impulso de una prolongada enemistad entre India y Pakistán cuyas disputas y efectos persisten hoy en día.
La India bajo control británico abarcaba 4,3 millones de kilómetros cuadrados. Sus 400 millones de habitantes formaban parte de una compleja trama de antiguos reinos con una amplia diversidad religiosa. Los hindúes eran el 65% de la población, mientras los musulmanes constituían la principal minoría con el 25%. Pero también existían poblados sijes, jainas, budistas, cristianos, parsis y judíos.
Estos espacios humanos convivían con la mayoría hindú en las regiones del sur, centro y parte del norte, y con la mayoría musulmana en provincias del noreste y noroeste del país.
Con el Imperio Británico inmerso en la II Guerra Mundial (1939-45), el movimiento pacifista por la independencia de India liderado por Mohandas Karamchand Gandhi ganó protagonismo. En fases de ese proceso, otras dos figuras dejaron huella: Jawaharlal Nehru y Mohamed Ali Jinnah.
Nehru, de ascendencia hindú, aunque agnóstico declarado, fue un popular líder independentista que, al igual que Gandhi, anhelaba una India unida en la que convivieran personas de distintos credos. Jinnah, por su parte, presidía la Liga Musulmana, el partido político que proyectaba una nación separada para los indios seguidores del Islam y que poseía fuerte respaldo masivo en los distritos donde se profesaba esa religión.
El dato no pasó desapercibido para los invasores británicos. Incentivaron la división generando listas separadas de votantes musulmanes e hindúes para las elecciones locales. También insertaron escaños reservados para políticos musulmanes y para hindúes. Así fueron construyendo su legado. Tras varios motines en los destacamentos militares coloniales, Londres accedió a abandonar el país y organizar una transición “pacífica” del poder a las autoridades locales en un plazo máximo de dos años.
El Imperio, que no podía afrontar la creciente inestabilidad social, resolvió la retirada dejando una herencia de debilidad estructural para los protagonistas zonales. Dispuso dividir India en dos. Si el planteo ya era complejo, el referente escogido enrareció más el panorama. Londres designó para orientar esa fractura al abogado británico Cyril Radcliffe. Jamás había estado en India y desconocía el fértil crisol cultural y religioso.
Sin más fundamento que unas líneas trazadas sobre un escritorio, el 15 de agosto de 1947 nacieron India, de mayoría hindú, y Pakistán, de mayoría musulmana. Nehru fue primer ministro de India hasta fallecer en 1964 y Jinnah gobernó Pakistán también hasta su muerte, aunque esta ocurrió solo un año después de la independencia, en 1948.
EL INFIERNO. La nueva frontera de unos 3.000 kilómetros definía dos territorios separados para Pakistán: el que ocupa actualmente y Pakistán del Este, que en 1971 se desvinculó políticamente de Islamabad para convertirse en la República de Bangladesh. Sin más necesidad que los anhelos británicos, la partición produjo la mayor migración en masa de la historia, con una cifra estimada de 15 millones de desplazados.
Hindúes y sijs que vivían en territorio asignado a Pakistán emprendieron el camino hacia un futuro incierto en India, mientras numerosos musulmanes hacían el recorrido opuesto.
En muchos casos se trataba de distancias de miles de kilómetros que por lo general las franjas más humildes recorrían a pie, las clases medias en trenes y las clases acomodadas en vehículos y aviones.
Durante el proceso, los pueblos involucrados solo contaron con el aliciente de afirmar identidades diferenciadas. Así, se disparó la profundización de conflictos étnicos, que produjeron un derramamiento de sangre en un ambiente caótico. En la mayor parte de los enfrentamientos horizontales se registró la presencia de agentes británicos azuzando los contrastes. De hecho, en los meses que siguieron a la independencia grupos de soldados atacaron trenes y puntos de concentración de desplazados, dejando dos millones de muertos.
El infierno se había desatado. Cada agrupamiento formó sus milicias y las mismas se lanzaban sobre los precarios poblados de etnias vecinas para lograr su control. Uno de los picos de violencia se registró en el estado fronterizo noroccidental de Punjab, donde turbas se ensañaron especialmente con las mujeres, que sufrieron violaciones y mutilaciones. La impenetrable alambrada que separa a los dos países dejó a millones de familias divididas de forma permanente.
Esas fronteras son objeto de disputa entre India y Pakistán. Aún en la actualidad. La bellísima Cachemira, una región del Himalaya conocida por la armonía de sus paisajes y su diversidad étnica, sigue siendo un singular foco de conflicto desde la independencia. Según el plan de reparto contemplado por el Acta de Independencia de India, Cachemira podía elegir libremente ser parte de India o de Pakistán. En 1947, el gobernante local, marajá Hari Singh, eligió India, lo que provocó el estallido de una guerra que duró dos años.
Desde entonces India mantiene el control de aproximadamente la mitad de la región, mientras Pakistán domina algo más de un tercio en las áreas del noroeste, y China administra los territorios restantes, en el norte y noreste.
La herencia británica persistió: India y Pakistán entraron en guerra por la región en 1965, y en 1999 protagonizaron una confrontación conocida como el conflicto de Kargil. India también luchó contra Pakistán en 1971, cuando intervino para apoyar la independencia de Bangladesh.
Aproximadamente un 14% de la población de la actual India es musulmana, mientras solo un 2% de los pakistaníes practica el hinduismo.
A finales del siglo XX ambos países ya eran potencias nucleares.
ELECCIONES. Pasemos a observar con detenimiento los comicios en Pakistán. Seguro habrá tensión. El Ejército, protagonista voluminoso, busca impedir la candidatura del ex primer ministro Imran Khan (gestión 2018-2022), a quien acusa de corrupción. Esa imputación parece el envoltorio adecuado para canalizar las presiones estadounidenses: el Departamento de Estado intervino directamente en la destitución de Khan por considerarlo proclive a establecer vínculos con las potencias multipolares.
Al partido de Khan -si logra presentarse- se enfrentará Nawaz Sharif, también ex primer ministro. Sharif fue inhabilitado en 2017 por “prácticas deshonestas” y fue considerado un adversario de los militares. Sin embargo, al sostenerse la popularidad de Khan, los vientos se reorientaron. El Tribunal Supremo acaba de dictaminar que Sharif puede presentarse. Las Fuerzas Armadas pakistaníes, evaluadas como muy permeables a la influencia occidental, modificaron su calificación.
Las relaciones entre Pakistán y los Estados Unidos comenzaron en 1950. Pueden evaluarse, en cuanto a los intentos divisionistas y a las tácticas belicistas, herederas de aquellas intervenciones británicas. El interés norteamericano se asentaba en el combate a la Unión Soviética y el comunismo; Islamabad decidió tomar partido por Washington en busca de un respaldo para afrontar los litigios con India. Sin embargo, rápidamente observó que la esperanza de contar con ese apoyo se desvanecía.
Mientras que los Estados Unidos otorgaron cobertura a Pakistán durante la ocupación soviética de Afganistán e instaron a que otros países como Egipto y Arabia Saudita lo hicieran también, cuando los rusos se retiraron, dejaron solo a Islamabad con los refugiados afganos. La frontera entre ambas naciones tiene 2670 km de longitud. En tanto, paulatinamente, el Norte empezó a ver a India como un socio estratégico e impuso sanciones al programa nuclear de Pakistán, sin reparar en las armas nucleares de su vecino.
Pakistán siempre supo que la situación en Afganistán no podía resolverse por medios militares y que era imprescindible una solución política. Pero no logró aquilatar poder para imponer ese criterio. El ultimo tramo del método violentista comenzó con George Bush y continuó con Barack Obama. Luego, Donald Trump continuó culpando a Pakistán pese a los Documentos de Afganistán, que revelaron que el Ejército estadounidense engañó al público y a las administraciones, ya que sabía que la guerra en Afganistán no se podía ganar militarmente.
TRASFONDO. En el período actual, la acción norteamericana se asienta en el acicateo de las diferencias, el abastecimiento a núcleos terroristas para que hostiguen a los gobiernos de India y Pakistán según los lineamientos adoptados en cada situación (la potencia gestó a los talibanes pakistaníes, que produjeron un centenar de atentados en los años recientes), el establecimiento de un enlace fuerte con el Ejército pakistaní, la injerencia sobre su Tribunal Supremo y la generación de acusaciones sobre la honradez de sus políticos cuando se aproximan al eje euroasiático.
¿Entonces? Kahn, durante su gestión, comprendió la importancia de consultar a la República Popular China y a la Federación de Rusia acerca de los vínculos de su país con India, por un lado, y con Afganistán, por otro. Lo cual implicó menoscabar la costumbre de Sharif, jefe de un importante bloque empresarial, y los militares, de seguir los lineamientos diseñados por los Estados Unidos. Ese reposicionamiento internacional encendió la alarma en el bloque anglosajón y comenzaron los duros embates contra el popular dirigente.
De concretarse el comicio, el país intentará empezar a cerrar un ciclo de incertidumbre. Es que, debido a la potencia política de Kahn, ex campeón mundial de criquet y luego periodista deportivo, Sharif, con el respaldo del Ejército y los Estados Unidos, disolvió el Parlamento el 9 de agosto pasado. El Tribunal Electoral sostenía, hasta el cierre de esta edición de las Fuentes, el veto a la candidatura de Kahn.
El partido de Imran Kahn se llama Pakistán Tehereek-e-Insaf. El más acentuado crítico del candidato multipolar es el Movimiento Democrático de Pakistán.
Según parece, esa denominación, como en otras latitudes, proclama lo que no practica: el 3 de noviembre de 2022 sus miembros intentaron asesinar a Kahn y lo balearon durante un acto público en la ciudad de Wazirabad. Como también era de esperar, el pro occidental Sharif declamó que el suceso sería investigado y ordenó realizar un “informe”. La policía arrestó a alguien que andaba por ahí, un tal Faisal Butt, quien aceptó el cargo y dijo haber actuado solo. Inmediatamente, Kahn denunció que el atentado fue orquestado por Sharif, otro dirigente “democrático” y el jefe del Ejército. Las autoridades no tomaron en cuenta su aseveración.
La gente le creyó.
¿Podrá votarlo el sufrido pueblo pakistaní?
CONTANTE Y SONANTE. Para entender el proceso, resulta pertinente considerar algunos datos firmes.
Pakistán depende, en buena medida, del sector agrícola. De allí surge el 25 % del Producto Bruto Interno. Sus principales productos son: algodón, arroz, trigo, caña de azúcar, fruta y hortalizas. Es, además, productor de grafito, yeso y sal. La faja industrial contribuye con un 19,2% al PBI. La esperanza de vida es baja, y la calidad de la misma, escueta. En los cinco años recientes, pudo evolucionar parcialmente gracias al vínculo con China, alcanzando un volumen de intercambio comercial cercano a los 30 mil millones de dólares.
El país se sumó, rápidamente, a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Ahora su principal objetivo estructural es el establecimiento del Corredor Económico chino – pakistaní que busca conectar el puerto de Gwadar en el suroeste de Pakistán con la región autónoma de Xinjiang, en el noroeste de China mediante una red de autopistas, vías ferroviarias y ductos petrolíferos. El corredor proveerá a Pakistán de infraestructura para el transporte, telecomunicaciones y energía, además de fomentar el intercambio agrícola, industrial y conceptual con China. Ambas naciones esperan que la gran inversión fomente las relaciones bilaterales y transforme a Pakistán en una potencia económica regional.
Es decir, para limpiar los conceptos: hay un Pakistán que apuesta al futuro y un Pakistán que sigue atado al pasado a través de la influencia anglosajona. Por estos meses, el contraste se agudiza ya que la decisión colectiva en las urnas puede disponer un envión potente en uno o en otro sentido.
El espacio conducido por el capital financiero percibe, preocupado, que la región se le escapa como arena entre los dedos. No le resulta sencillo utilizar a India para hostigar las banderas genuinas pakistaníes porque la pertenencia al BRICS + de la potencia emergente condiciona su proceder. Ni la República Popular China ni la Federación de Rusia, entre otros, están dispuestos a avalar una intromisión que cercene las perspectivas de Imran Khan o de quienes surjan para canalizar las aspiraciones populares. Mucho menos Irán, cuya cercanía le obliga a prestar especial atención a los acontecimientos.
Las próximas elecciones se realizarán en Senegal, África, el 25 de febrero. Otra zona inmersa en un proceso áspero. Por ende, muy interesante.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
Imágenes. Lai Ching-te, presidente electo de Taiwán. Paisajes de Pakistán. Mapa Pakistán – India. Imran Khan, candidato pakistaní.
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