Por Nehuén Gusmerotti *
Es mejor consumirse que morir oxidado reza una de las icónicas canciones de Neil Young. Oxidarse no es una de las opciones de Gustavo Rowek. El baterista, lejos de vivir de sus laureles, bien ganados, está constantemente mirando hacia adelante. En la vanguardia del sonido, no deja de innovar con su proyecto solista. Exponiéndose, explorando. Y así evita el óxido, aún a riesgo de consumirse.
La mentalidad presente aparece rápido en la charla con Gustavo. “Hoy la cabeza de la banda está muy lejos de un disco”, expresó en una charla con Radio Gráfica. Lejos de la nostalgia fetichista, Rowek analiza el consumo musical actual. “Ya en 2016 cuando lanzamos Redes sentí que un montón de canciones buenísimas las habíamos tirado a la basura porque ya en esa época no había tiempo para escuchar más que el corte difusión. Hoy la gente adelanta mensajes de Whatsapp de la ansiedad que tiene, no hay cabeza para escuchar un disco”.
Pero la historia también es parte del presente. En una extensa nota con Resistiendo con Ideas el baterista recorrió algunos interesantes puntos de su extensa carrera junto al metal pesado nacional. Parte necesaria de la instalación del heavy en nuestro país, la charla fue haciendo paradas en distintos momentos y aspectos de su vida.
Sus comienzos en la batería
La vida de Gustavo Rowek ha estado ligada íntimamente a los parches. “Yo creo que soy baterista desde que nací, es una cuestión muy visceral que tengo dentro” explicó. “Siempre me llamó la atención la percusión, la parte más sanguínea. Me senté en la batería por medio de un amigo, yo vivía golpeando bancos en los colegios, rompiendo las bolas. Me llevó a una sala, me senté y toqué. Fue algo muy loco, la batería y yo nos hicimos amigos del vamos. Supe que quería para mi vida ahí, lo tuve claro de pendejo”. Un amor a primera vista el que unió a Rowek con los fierros, pero tocar metal en Argentina en los setenta era cosa seria. “Siempre fui muy fana del rock progresivo, pero el metal me movilizó, de ahí a tocarlo hubo solo un paso”, repasó el músico, simplificando esta unión que parecía predestinada a suceder.
V8 y la contracultura
Su llegada a V8 fue a través de WC, banda que compartía con el Beto Zamarbide. Allí lo llevó Julio Morano, un violero excelso del que Rowek tiene un gran recuerdo, “Me enseñó muchísimo”. El baterista comentó que con WC ensayaban en la misma sala que V8, “Éramos amigos. Era asiduo que nos crucemos, zapemos e intercambiemos ideas. En uno de esos cruces no volvimos y quedamos en V8. Cuando los escuché me fascinaron, eso era lo que quería”. V8 hizo escuela en nuestro rock, es un suceso cultural. Rowek recordó que “era muy movilizante la cosa en esa época. Había un caldo de cultivo post dictadura, nosotros curtíamos la calle y notábamos que se venía algo”.
“Cada diez años hay un cambio generacional. Cuando eso pasa acompañado de una revolución social, esos momentos quedan en la historia”, agregó Gustavo. “V8 era la contracultura. Salimos a gritar contra todo y contra todos. Veníamos de una dictadura de siete años, una de las más feroces de las que se tiene memoria. Había una necesidad extrema de expresarse. Ese grano de pus tenía que reventar y volar mierda para todos lados. Así se forjó el punk de la mano de Violadores y el metal de la mano de V8. Un camino con muchos aciertos y muchos errores”.
Una de las cosas que uno puede notar en V8 en estos días es la precariedad de su calidad de sonido. Aun así, Gustavo lo toma como algo inseparable de la obra. “Eso fuimos cuatro tipos diciendo “un, dos, tres, va… un dos, tres, va…”, así grabamos un disco en sesenta horas. Es ese momento, esa furia, magia, reflejada en esas sesenta horas”. Esa visceralidad no es solo sonora, hay una bronca escupida en las letras, un cansancio social que V8 supo interpretar en épocas pasatistas. Rowek sostuvo que esas líricas siguen siendo vigentes, “V8 es muy actual, los políticos ayudan a que eso sea así. Siempre volvemos al punto de partida o más atrás. Canciones como “Muy Cansado Estoy”, con un mensaje muy vigente”.
V8 comienza a deshacerse en una frustrada aventura en Brasil. En tierras brasileras Osvaldo Civile y Rowek se alejan del grupo. Este último acompañando al guitarrista que luego fundaría Horcas. “Yo estaba más loco que él, y me quedé con el que estaba más loco. Me fui de Argentina para no volver porque estaba en un momento muy enroscado con la falopa. Uno de los motivos de ese viaje fue escapar de eso. Sentía que me iba a morir en cualquier momento. Hay cosas que no se saben, uno no las cuenta, pero con tanto tiempo pasado se pueden decir tranquilo. Si no me iba, me moría, eso estaba claro para mí”.
Ese viaje y ese regreso significaron el final de una etapa en la carrera de Gustavo Rowek. Comienza a germinar lo que sería una de las grandes bandas de la escena metalera nacional. “Con Walter (Giardino) me conocía de V8, ahí nos hacemos muy amigos. Pateamos mucho la calle juntos. Desde días de gloria hasta noches de calabozo. Queríamos tocar juntos” repasó el baterista. Pero hubo una posibilidad de que la historia fuera otra y V8 siguiera su andar con él en los parches. “Cuando vuelvo de Brasil, V8 me busca para que vuelva. Pero había quedado mal cuando ellos se fueron, habían tenido actitudes feas”. A pesar de haber hecho historia con Rata Blanca, post V8 la banda que Rowek estaba craneando era Horcas, junto a Civile, pero los mismos motivos que lo llevaron a ese escape en Brasil fueron los que hicieron que Gustavo se aleje de la banda de thrash. “Tenía que despegarme de Osvaldo, estábamos los dos muy locos y yo necesitaba otra cosa. Me estrellaba, nos íbamos a morir los dos si seguíamos tocando juntos”.
Rata Blanca y el reconocimiento popular
Repasar en estas líneas o en una charla todo lo que fue Rata Blanca en los 90´ es imposible. “Imaginate que seas los Beatles durante cuatro o cinco años”, lo simplifica Rowek. Es que la popularidad del sexteto de metal argentino tocó techos de popularidad nunca vistos para una banda del género en Latinoamérica. “Pocas veces se da en la vida de una banda soñar tantas cosas y cumplirlas todas. Nos pasó eso con Rata, fue un experimento mesiánico. Hicimos la banda para hacer lo que después hicimos, teníamos una certeza de que íbamos a hacerlo. Teníamos una banda como no sonaba ninguna en ese momento. Éramos enfermos, nuestra única vida era tocar. Vivíamos para eso. Se dio todo lo que soñamos, y más”. Con Rata Blanca, Rowek estuvo en la fundación y en sus mejores discos, desde el éxito absoluto de Magos, Espadas y Rosas (1990), hasta el experimental y vanguardista Entre el Cielo y el Infierno (1994), siendo parte de sus años dorados.
En 1997 el baterista dejaría su hija prodiga para buscar nuevos rumbos musicales. “Me fui de la banda que fundé. Suelo actuar primero y después pensar, pero esa fue la decisión más pensada de mi vida. Sabía que me iba para no volver nunca más”, explicó. Cuando Rata vuelve en 2001, Giardino busca contar nuevamente con su compañero de ruta en los parches aunque, sosteniendo su palabra, Rowek desestima la oferta. En esos años se encontraba junto a Sergio Berdichevsky, su actual compañero de ruta, tocando en Nativo. La banda mostró un cambio rotundo de sonido a lo que venía siendo el metal sinfónico de Rata. “Cualquiera que escuche Consumo, el primer disco de Nativo, se va a dar cuenta porque me fui de Rata. El cambio musical ese era el que le estábamos reclamando a Walter. Venía de un power trio como V8, donde la batería pelaba mal, en Rata Blanca éramos un sexteto donde priman la voz y la guitarra. Necesitaba tocar otras cosas, cuando vi que en Rata eso no iba a pasar, me fui con mi música a otra parte”.
Esa búsqueda musical ha caracterizado a Rowek durante los últimos años. Satisfecho de logros relacionados con el “éxito”, los caminos de los últimos veinte años están más ligados al deseo artístico. “Voy para donde me lleva la música, no me pongo frenos. Empecé a tocar lo que me gusta, y a bancarme lo que trae hacer lo que te gusta. A veces te va bien, a veces no te va tan bien”. Igualmente el baterista no olvida los escenarios masivos y los picos de popularidad de los jóvenes años 90´. “Extraño los estadios. Tengo ganas de esos mejores escenarios, pero disfruto muchísimo de cada lugar donde toco, no me cambia la ecuación”.
El presente del metal pesado
Luego de mencionar hace algunos días en la revista Mad House que el metal argentino estaba muy conservador, el músico revalidó su posición. “Está jodido. Cada uno tiene que sacar sus propias conclusiones. Los discursos tiran data que la gente recepciona. Estoy escuchando discursos de algunos referentes y son muy fachos, horribles y xenófobos”, planteó. Además, con un fastidio evidente y dejando en claro sobre que estamos hablando, aclaró: “A mi tener que hacer notas aclarando que V8 no era de derecha no me copa para nada”. Quien quiera oír, que oiga.
Consultado por su relación con su ex compañero de V8, Ricardo Iorio, Gustavo declaró que no mantiene ningún tipo de vínculo. “Estamos ideológicamente en veredas opuestas. Fue un compositor único, un músico excepcional, pero lo veo muy lejos de lo que fue. Completamente perdido. Es difícil hablar de eso porque Ricardo mete mucha gente, a lo mejor estoy equivocado. Sí puedo decir que ideológicamente estamos lejos. Le deseo lo mejor igual”.
Su vida y el amor por Racing
Un punto inevitable al hablar de la vida de Gustavo Rowek es Racing Club. Fanático de la Academia, el baterista comentó que si no hubiera sido músico, se habría dedicado al fútbol. “Dejé de jugar la última vez que me quebré la muñeca y los pibes me dijeron basta. He tocado con costillas fisuradas, desgarrado, con los dedos mochos. En un momento tuve que decidir si jugaba al futbol o tocaba”. Alejarse de las canchas no lo hizo alejarse de la blanquiceleste, Gustavo cambia la voz cuando el tema de conversación es su pasión racinguista. “Racing tiene la capacidad de alegrarme o amargarme la vida. Voy a la cancha desde que tengo uso de razón, primero con mis viejos, después mis hermanos, ahora con mis hijos”.
El presente de Entre el Cielo y el Infierno
Además de llevar adelante Rowek, como proyecto junto a Sergio Berdichevsky, y el tributo War Pigs, recientemente ha reunido varios de los miembros de grabación de Entre el Cielo y el Infierno para un nuevo proyecto. Al dúo se suman Mario Ian y el “Chino” Retamozo de la vieja guardia. Este grupo comenzó como una idea de homenaje a un disco de culto en la vida de Rata Blanca, pero va tomando forma de propuesta presente. “Así como en el 2001 Walter no arrancó de cero, arrancó con Rata, nosotros estamos arrancando Entre El Cielo y el Infierno. Ese material giró mucho por todo el mundo. No queríamos dejarlo en un tributo, queríamos un presente”. Ya con algunas canciones nuevas en el tintero y una formación afilada desde el sonido, Entre el Cielo y el Infierno se va haciendo nuevamente un lugar en los escenarios metaleros.
Lejos de resumir la carrera y la vida de Gustavo Rowek, cada charla con el baterista abre una serie de caminos y puertas que el tiempo impide recorrer. Las anécdotas son miles, los proyectos y altibajos también. La crudeza y sinceridad del músico metalero dan un espacio para charlar sin pelos en la lengua sobre pasado y presente. En el histórico baterista conviven ambas caras, un palmarés plagado de hitos y un presente de constante exploración. Lejos del óxido, Gustavo Rowek no detiene su motor.
(*) Conductor de Resistiendo con Ideas (viernes y domingos de 22 a 00 horas)
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