Por Rodolfo Treber
Contexto
El primer gobierno de Juan Domingo Perón, entre 1946 y 1955, se desarrolló en un mundo que atravesaba una transición marcada por la posguerra. Estados Unidos emergía como potencia dominante, mientras que Europa se encontraba en plena reconstrucción. En este escenario, la Argentina conservaba un lugar particular: había acumulado reservas internacionales debido a la neutralidad durante el conflicto bélico, lo que le brindaba un margen de maniobra excepcional para encarar transformaciones profundas.
La oportunidad histórica radicaba en aprovechar esos recursos para modificar la estructura productiva del país y avanzar en una industrialización que redujera la dependencia de las exportaciones primarias. El agotamiento del modelo agroexportador era evidente: aunque el campo seguía siendo el principal generador de divisas, el esquema no alcanzaba para sostener el desarrollo social ni para garantizar autonomía económica. Frente a este diagnóstico, Perón propuso un proyecto que combinaba un Estado fuerte, una política social redistributiva y una industrialización orientada al mercado interno. El Primer Plan Quinquenal, lanzado en 1947, condensó esa visión: diversificar la economía, fomentar la producción nacional y colocar al trabajo en el centro del modelo.
Economía Nacional
El proyecto económico peronista se articuló alrededor de tres principios centrales: soberanía política, independencia económica y justicia social. Estos no se planteaban como consignas abstractas, sino que se tradujeron en políticas concretas que transformaron el rol del Estado y la relación entre capital y trabajo.
Uno de los primeros pasos fue la nacionalización del Banco Central en 1946, lo que permitió al gobierno orientar el crédito y utilizar las finanzas como instrumento de desarrollo. A ello se sumaron la estatización de los ferrocarriles en 1948, la expansión de YPF, y la creación de nuevas empresas públicas en sectores estratégicos como energía, transporte, comunicaciones y siderurgia.
El Estado empresario emergió como un actor decisivo. Empresas como Gas del Estado, Aerolíneas Argentinas y SOMISA se convirtieron en emblemas de un modelo que buscaba garantizar insumos y servicios básicos, impulsar la industrialización y reducir la dependencia externa. Paralelamente, se consolidó un marco laboral inédito: el salario real aumentó, se fortalecieron los convenios colectivos y se expandieron la seguridad social y los derechos laborales. La redistribución del ingreso permitió dinamizar el consumo interno, condición indispensable para sostener la producción industrial y generar un círculo virtuoso de empleo, producción y bienestar.

Industrialización y trabajo
Entre 1946 y 1955, la Argentina experimentó una profunda transformación en su estructura productiva. El impulso industrial fue uno de los mayores logros. Bajo la conducción del general Manuel Savio, se fundaron SOMISA y Altos Hornos Zapla, dando inicio a la siderurgia nacional. Esto fue fundamental para abastecer a la naciente industria automotriz y metalmecánica, y redujo la dependencia de insumos estratégicos importados.
En el plano energético, YPF amplió sus capacidades y Gas del Estado emprendió la construcción de grandes gasoductos que transformaron el acceso a la energía en hogares e industrias. La creación de infraestructura energética significó también una fuerte reducción de costos y una base más sólida para el desarrollo productivo.
La industria aeronáutica y automotriz tuvo un papel simbólico y práctico: en 1951 se creó IAME, que fabricó desde aviones como el Pulqui II hasta automóviles, motocicletas y tractores. Estas experiencias no solo demostraron capacidad técnica, sino que generaron empleo calificado y orgullo nacional.
En paralelo, se fortaleció la industria naval con el Astillero Río Santiago (1948) y la creación de AFNE en 1953, que consolidaron la capacidad del país para construir embarcaciones y sostener una flota mercante propia. El desarrollo de la infraestructura fue igualmente notable: miles de viviendas, hospitales, escuelas y rutas se construyeron, elevando el estándar de vida de millones de argentinos y reforzando la noción de un Estado planificador de la economía nacional.
Dilemas y tensiones del modelo
Si bien los avances fueron significativos, el proyecto peronista enfrentó desafíos estructurales que condicionaron su continuidad. En rigor de verdad, lo que muchos teóricos manifiestan como limites propios del modelo peronista, en realidad fueron restricciones externas dadas por el contexto geopolítico de extrema tensión, disputa y avance imperialista.
Luego de los primeros cinco años de gobierno, comenzó a notarse falta de divisas para avanzar en la industrialización, que demandaba importar grandes bienes de capital (maquinaria y tecnología), por el estrangulamiento del mercado internacional en el marco de la reconfiguración del poder global. Al agotarse las reservas acumuladas en la posguerra, la economía nacional se enfrentó con el dilema de sostener el crecimiento industrial o mantener el equilibrio externo que le otorgaba estabilidad macroeconómica.
Estados Unidos e Inglaterra maximizaron sus operaciones (externas e internas) en contra del gobierno peronista dado que, el desarrollo y avance industrial logrado posicionaba a la Argentina como un actor fuerte en el nuevo entramado geopolítico y, esto, se oponía a las intenciones hegemónicas de los anglosajones.
Esta presión externa se complementó con las tensiones con la oligarquía agraria, que veía afectados sus intereses por la intervención estatal y la nacionalización del comercio exterior.
En consecuencia, hacia 1952, el deterioro de la balanza de pagos y la caída en la producción agrícola obligaron al gobierno a frenar la expansión acelerada del desarrollo industrial y enfocar, el Segundo Plan Quinquenal, en la racionalización y la eficiencia, buscando sostener la industrialización en condiciones más adversas.
Conclusiones
El período peronista dejó una huella indeleble en la historia económica argentina. Fue la etapa de mayor expansión de la industria nacional, la consolidación del Estado empresario y la incorporación de amplios sectores de la población a la vida económica y social. Las obras de infraestructura, la creación de empresas públicas y la extensión de derechos laborales transformaron la vida cotidiana y marcaron un horizonte de desarrollo basado en la soberanía y la justicia social.
El golpe de 1955 interrumpió ese proceso, dando inicio a un ciclo de inestabilidad y retrocesos. Sin embargo, las bases sentadas durante aquellos años continúan siendo un referente para pensar proyectos de industrialización y desarrollo autónomo. El contraste con las políticas posteriores de apertura indiscriminada, privatizaciones y endeudamiento refuerza la magnitud de lo logrado en esa década y marca un camino posible en un mundo que, como en aquellos tiempos, también se encuentra en una etapa de reconfiguración.
Entre 1946 y 1955, la Argentina protagonizó un experimento inédito en Nuestra América que debe ser tomado, hoy, como base teórica y práctica para un nuevo modelo de desarrollo nacional: la combinación de un Estado planificador, un mercado interno fortalecido y una política de industrialización soberana. Los resultados fueron palpables: crecimiento industrial, ampliación de derechos sociales, modernización de la infraestructura y fortalecimiento de la identidad nacional. Aun con límites y contradicciones, el peronismo demostró que era posible avanzar hacia la independencia económica y la justicia social con un Estado planificador, empresario, y un pueblo organizado. Ese legado, interrumpido, pero no borrado, constituye una revolución inconclusa que se mantiene viva en el horizonte de nuestra Patria.
* Analista económico – Dirigente de Encuentro Patriótico.














Discusión acerca de esta noticia