Por Nicolás Podroznik (*)
A partir de la aparición de Diego Maradona, Argentinos Juniors se convirtió en el centro de atención de todos los pibes que querían jugar al fútbol. Pelusa le dio un impulso increíble a las divisiones inferiores del club, siempre respaldado por el conocimiento de un maestro como Francis Cornejo. Cuando Diego dejó el club en 1981 quedó un vacío muy grande, pero aquellos que se acercaban a La Paternal desde temprano para ver la Reserva aseguraban que la 10 de Argentinos tenía un futuro heredero: Claudio Borghi.
A diferencia de Maradona, Borghi era un diestro cerradísimo que con tal de no utilizar la zurda tiraba rabonas hasta para evitar que la pelota se fuera al lateral. Ese recurso era quizás lo más vistoso de su repertorio lleno de gambeta, cambios de ritmo y una pegada sublime acompañada de una comprensión del juego única. Su debilidad no era solamente la pierna izquierda: era un chico con un carácter particular, que ante cualquier situación que lo afectara, lo transformaba en un jugador que deambulaba por la cancha, pero cuando estaba encendido, era prácticamente imparable.
Fue el recordado Chiche Sosa quien lo hizo debutar un 4 de Octubre de 1981 en un empate 0 a 0 frente a Platense, en un partido válido por el Nacional de aquel año. Con apenas 17 años se convirtió en el segundo jugador más joven en debutar con la camiseta del Bicho, sólo detrás del propio Maradona. Los siguientes años fue parte del plantel profesional, siendo pieza de recambio entrando en los segundos tiempos. Fue parte del equipo campeón de 1984, pero su explosión llegó tras la partida de Pedro Pablo Pasculli al fútbol italiano.
Fue figura y campeón del Nacional y de la Copa Libertadores de 1985, siendo el goleador del equipo en el torneo continental. En la retina del mundo quedó grabada su actuación frente a la Juventus en la Intercontinental de aquel año, en donde el equipo del Piojo Yudica quedó en la puerta de la gloria perdiendo por penales tras un 2 a 2 que aún sustenta el título de “mejor final intercontinental de la historia”. Su despliegue fue tal que Michel Platini lo calificó como “el Picasso del fútbol”. Pero no fue el único que dio cuenta de su calidad.
Silvio Berlusconi era un empresario italiano que tenía intenciones serias de meterse en el mundo del fútbol. Había intentado adquirir al Internazionale de Milán -su ciudad natal- pero al no tener éxito, intentó hacer lo mismo con su rival de la ciudad, el AC Milán. El 20 de febrero de 1986 se transformaría en propietario del club rossonero, que por aquel entonces atravesaba una crisis y estaba lejos del puntero del campeonato, nada menos que la propia Juventus. Tras una temporada floja, Berlusconi dijo que necesitaba dos nombres para lograr que el Milán sea protagonista: Arrigo Sacchi y Claudio Borghi. Nadie entendía el capricho del nuevo presidente de la institución, pero Berlusconi había quedado enamorado del juego que el morocho de Castelar mostró aquel día en Japón.
Por aquel 1987, la reglamentación del Calcio no permitía más de dos extranjeros dentro del plantel. El equipo lombardo tenía a dos figuras europeas como Marco Van Basten y Ruud Gullit. Berlusconi presionó a la Federación Italiana para que permitieran un tercer extranjero, a fin de poder contar con la presencia de Borghi en cancha. En caso que no pudiera avanzar el pedido, lo prestarían a un equipo de la Serie A para que el Bichi pueda aclimatarse al que por ese entonces era el campeonato más competitivo del mundo, con figuras como Maradona, Voller, Platini, Laudrup, Passarella, entre otros. Mientras tanto, Borghi jugaba partidos amistosos para ir agarrando ritmo.
Apenas arribó, el Milan disputó un Mundialito de Clubes junto al Inter, Porto y Barcelona. Borghi fue la figura indiscutida de aquel torneo. Berlusconi había demostrado que no se había equivocado con él. Sin embargo, el pedido del presidente no prosperó y sólo se permitieron dos extranjeros por plantel. Tanto Roma como Sampdoria querían al Bichi en sus filas, pero Berlusconi no quería reforzar equipos que potencialmente puedan ser competidores por el título. Al Bichi no le quedó otra que irse cedido al Como, un equipo pequeño que tenía otras expectativas muy diferentes a las de un equipo grande.
En Como empezó siendo titular los primeros partidos, pero la idea del entrenador Aldo Agroppi se ceñía a jugar defensivamente. Borghi se sentía maniatado y sin libertad para desplegar su fútbol. El propio jugador contaría años después que, ante tantas restricciones que le imponía el DT, luego de un entrenamiento le diría “en vez de decirme qué cosas no puedo hacer, dígame cuales puedo y listo”. Tras trece fechas, el entrenador fue despedido y llegó Tarcisio Burgnich, otro técnico con una idea similar. Cansado de la situación, Borghi pidió rescindir el préstamo y rápidamente se fue a préstamo unos meses al Neuchatel Xamax de Suiza, en donde entre problemas personales y familiares prácticamente no jugó.
En Mayo de 1988 retornó a Milano, todavía con la promesa en pie de Berlusconi de incluirlo en el plantel del equipo rossonero en caso que se admitieran tres extranjeros. Disputaría dos amistosos de preparación frente a nada menos que el Real Madrid y el Manchester United. En ambos Borghi marcaría un gol. Parecía que tenía todo listo para triunfar en Italia, puesto que la Federación había permitido la inclusión tan requerida e impulsada por Berlusconi, pero un giro inesperado tiró todo por tierra.
En Junio de aquel año, Holanda se consagraría campeona de la Eurocopa venciendo 2 a 0 a la Unión Soviética. En aquel equipo no sólo destacaron Gullit y Van Basten, sino también Frank Rijkaard. Ya con el permiso de la Federación, Arrigo Sacchi le solicitó a Berlusconi su contratación, con la certeza de que era la pieza que le faltaba al Milan para ganarlo todo. El entrenador contaba con el respaldo que le daba el campeonato obtenido la temporada anterior, pero para el mandamás la palabra era sagrada y su devoción para con Borghi era total. Las malas lenguas cuentan que las discusiones entre Sacchi y Berlusconi fueron tan álgidas y sostenidas que incluso en una ocasión terminaron a las trompadas. Finalmente, el DT ganó la pulseada y Borghi tuvo que volver a hacer las valijas. Esta vez para siempre.
La carrera del Bichi continuaría en varios clubes argentinos: River, Independiente, Huracán, Unión y Platense. También tendría pasos fugaces por Flamengo y el fútbol mexicano, pero donde realmente volvió a sentirse feliz fue en Chile. Lejos de las grandes luces, dejó un gran recuerdo en el país trasandino, rompiéndola en Colo Colo, O’Higgins, Audax Italiano y Santiago Wanderers, donde finalmente se retiraría.
Asombró con sus rabonas a todo el mundo. Cuentan que jugando en Chile casi hace un gol de mitad de cancha pegándole así. Las imágenes de aquellos tiempos son escasas, pero aquellos que lo vieron jugar saben bien quién fue Claudio Borghi: aquel morocho de Castelar que enamoró en La Paternal, pero que en Europa la suerte no lo acompañó.
(*) Periodista / Abrí la Cancha
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