Por Alberto “Pepe” Robles*
Los sindicatos estadounidenses jugaron un papel decisivo en la recuperación de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, así como en los triunfos de Biden en Georgia, Arizona y Nevada, y ahora amenazan con una huelga general si Trump se niega a aceptar resultado electoral.
Biden sabía de antemano que no tendría chances de ganar si no recuperaba para el Partido Demócrata, los tres estados “azules” perdidos en 2016: Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. Esos tres estados integraban lo que se denomina en la jerga política estadounidense el “Muro Azul”, un grupo de 20 estados demócratas que por sí solos garantizaban el triunfo en las elecciones presidenciales. Se trata de tres estados complejos, con una importante población rural mayoritariamente blanca republicana, que era superada por las grandes ciudades industriales, como Detroit, Pittsburgh y Filadelfia, donde tradicionalmente predominó el voto de la clase obrera blanca, de cuello azul, y donde los sindicatos tienen su mayor incidencia.
Precisamente allí es donde dio la sorpresa Trump en 2016, quebrando la espina dorsal demócrata, cuando un sector considerable de la clase obrera blanca tradicional estimada en el 30%, junto a los sindicatos de la industria automotriz, cambió de bando y votó a los republicanos, dándoles la luz que les permitió ganar los tres estados que le dieron la victoria presidencial.
Plan de Biden para fortalecer los sindicatos
Por esa razón Biden incluyó en su programa un detallado “Plan para fortalecer la organización de los trabajadores, la negociación colectiva y los sindicatos”, que incluye la recuperación del derecho a la negociación colectiva en el Estado y para trabajadores de casas particulares, rurales e independientes; fuertes controles y sanciones para la intromisión de las empresas en la libertad sindical de su personal; restricciones para que sindicatos amarillos recién formados puedan desplazar a los sindicatos tradicionales de las negociaciones; derogación de las leyes que prohibieron a los sindicatos percibir descuentos realizados a trabajadores no afiliados; creación de un grupo de trabajo sindical en el gabinete que deberá presentar en los primeros 100 días un plan para “incrementar dramáticamente la densidad sindical” en los Estados Unidos; asegurar el derecho de los trabajadores subcontratados a negociar colectivamente con las empresas madres; fortalecimiento del derecho a huelga; exclusión como contratistas del Estado de las empresas que no cumplan la legislación laboral y sindical; etc. Por otra parte, una de las primeras medidas comprometidas por Biden será un aumento del 100% del salario mínimo, que pasaría de 7,25 dólares la hora a 15 dólares la hora, estableciendo además un sistema de movilidad según el índice de aumento del salario promedio.
Al parecer el Partido Demócrata ha tomado nota del fenómeno social profundo que significa que un sector considerable de la clase obrera organizada votara por Trump y apoyara sus políticas proteccionistas para cuidar los empleos en suelo estadounidense y reindustrializar el país. Esta tendencia parece estar en línea con las versiones surgidas desde hace dos semanas, sobre que Bernie Sanders, lider del ala izquierda del Partido Demócrata, estaría dispuesto a ser el próximo Secretario de Trabajo de Biden. La elección por Biden de Kamala Harris como candidata a vicepresidenta, que hizo de los reclamos sindicales una de las bases de su candidatura presidencial, parece ir en el mismo sentido pro-sindical. Harris (mujer, negra e hija de un jamaiquino casado con una hindú) levantó como una de sus principales propuestas, derogar las llamadas “leyes de libertad de trabajo” que prohiben establecer lo que en Argentina se llama “cuotas solidarias” -descuentos obligatorios establecidos por convenio colectivo a los trabajadores no afiliados-, como aporte por las mejoras que obtienen por el hecho de la actuación organizada del trabajo.
Trump cometió un error, a mi juicio inexplicable, que lo llevó a perder el apoyo que tenía en algunos sectores de la clase obrera blanca: la despreocupación frente a la pandemia. Hasta febrero de 2020, la ventaja electoral de Trump era indescontable. Se sabe que los presidentes en ejercicio no pierden las reelecciones, salvo que sus gobiernos sean completamente desastrosos. Y el de Trump no había sido desastroso en materia económica y laboral, aunque tenía algunas luces rojas, como el gran retraso salarial. Es que pese al crecimiento económico: las empresas se estaban quedando con toda la ganancia y no la compartían con les trabajadores.
Pero la actitud de Trump frente a la pandemia lo cambió todo. Trump le restó importancia a la pandemia, se opuso a las medidas de cuarentena y promovió una estrategia de priorizar la economía sobre la salud. Los resultados fueron desastrosos, tanto económicamente, como en vidas y contagios. Y lo que fue aún peor para el resultado electoral: fue interpretado por amplios sectores de la clase obrera que debían seguir trabajando sin medidas adecuadas de protección, como un abandono de los trabajadores y trabajadoras ante la pandemia.
Para dejar en claro que su suerte dependía principalmente del apoyo sindical, Biden decidió lanzar su campaña en el poderoso sindicato metalúrgico de Pittsburgh (Pennsylvania), donde sintetizó su postura diciendo «yo siempre he sido un hombre del movimiento sindical», algo que quizás no sea del todo cierto, sin perjuicio de que es real que la imagen de Biden fue construida desde un inicio como la de un político identificado con el sindicalismo.
Movilización sindical en seis estados clave
A pesar de las restricciones impuestas por la pandemia, la movilización del movimiento obrero a favor de Biden, en los llamados “estados campos de batalla” (battleground states), se hizo sentir. No sólo en los tres estados perdidos en 2016, sino también en Georgia, Arizona y Nevada.
Muchos sindicatos declararon oficialmente su apoyo a la candidatura de Biden. Así lo hizo la AFL-CIO y la mayoría de los sindicatos afiliados a esa central mayoritaria. Y así también lo hicieron, los grandes sindicatos afiliados a Change to Win (CTW), la otra central estadounidense, como el Sindicato de Camioneros (Teamsters) y el SEIU (salud, servicios públicos y afines).
Además los sindicatos crearon y adhirieron a redes comunitarias progresistas, como sucedió en Pennsylvania con el sindicato de la salud, uniéndose a Black Voters Matter, GOTV (Get Out The Vote) y Our Future PA, exigiendo que no se detenga el escrutinio hasta contar todos los votos. Sindicatos de todo el país formaron la red Acción Sindical para Defender la Democracia (LADD).
En Las Vegas, capital del estado de Nevada, los y las militantes de la Unión Culinaria, donde la mitad tienen origen latino, visitaron medio millón de hogares pidiendo el voto para Biden. En Pennsylvania recorrieron los barrios populares, visitando a razón de 60 hogares por minuto.
La amenaza de una huelga general
Terminadas las elecciones y aún pendiente el escrutinio final en los seis estados clave en los que la actuación sindical fue decisiva, Trump declaró que había fraude y comenzó a dar señales de que desconocería a Biden como ganador, con el fin de quitar legitimidad al triunfo demócrata. En un gesto absolutamente excepcional para Estados Unidos, el movimiento obrero ha comenzado a analizar la posibilidad de declarar una huelga general nacional en caso de que Trump persista en su negativa, algo que no ha sucedido en los Estados Unidos desde la década de 1940.
Tres días después de las elecciones, Richard Trumka, presidente de la AFL-CIO (la poderosa central sindical estadounidense), reclamó para el movimiento obrero el reconocimiento por su papel en la victoria demócrata: «Nosotros sacamos afuera el voto. En Wisconsin, en Michigan, en Pennsylvania. La firewall de Joe Biden fue fabricada por trabajadores sindicalizados».
Esto no significa, desde ya, que la política internacional de Biden hacia América Latina y puntualmente hacia la Argentina, vaya a cambiar radicalmente. La política externa corre por carriles muy diferentes que la política laboral interna. Seguramente se debilitará Bolsonaro, que tenía a Trump como único apoyo internacional, y el hijo de Bolsonaro que coordina las operaciones de los movimientos de ultra-derecha en América Latina, incluidos los del macrismo duro, pero no mucho más que eso. Probablemente cambiará también la estrategia belicista dura hacia China que impulsaba Trump y quizás se analice la posibilidad de establecer un nuevo multilateralismo, que entre otras cosas pueda prevenir una nueva pandemia que resultaría pavorosa para el mundo.
Mientras tanto el movimiento obrero estadounidense está esperanzado y algunos sindicalistas están diciendo, incluso, que la presidencia de Biden traerá un «gran resurgimiento del sindicalismo» y que Biden será el presidente «más pro-sindical en mucho, mucho tiempo».
En los próximos meses se verá si el Partido Demócrata aprendió la lección de 2016 y lograr recuperar su base obrera. Para ello será decisivo que Biden lleve adelante la política laboral y sindical comprometida, y que la misma sea acompañada con una política económica capaz de cuidar los empleos fabriles.
(*) Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio”, perteneciente a la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF)
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