Por Melisa Ghidini
Lejos de configurarse como una obra vanguardista, este último trabajo nace desde el interior de una banda que parece haber alcanzado su punto de madurez, con casi 50 años en los escenarios y 13 álbumes en su haber.
The Cure no necesita demostrar nada; por eso, lejos de gestar un disco hitero, le dio vida a 8 canciones que operan como un acto reflexivo sobre la muerte, la pérdida, la fatalidad y los duelos.
Producido por Paul Corkett -que ha trabajado con Placebo y con The Cure como ingeniero de sonido en Wild Mood Swings (1996) y Bloodflowers (2000)- Songs of A Lost World es concebido como un disco fino, profundo, atmosférico en su totalidad, donde el paisaje sonoro se constituye como un relato en sí mismo, continuo, sin grandes cambios ni cortes bruscos entre temas.
Sintetizadores que buscan suavizar la densidad brumosa que generan los bajos graves y pesados; las guitarras distorsionadas, sumadas a las largas introducciones instrumentales alejan a The Cure del post punk característico de trabajos anteriores para acercarla un poco más a la estética del post rock.
Es que por ejemplo, la voz deja de jugar un papel tan protagónico y a la vez, está donde tiene que estar, sabe hacer las pausas largas e instrospectivas propias de un disco que no busca encajar en una estructura, sino más bien constituirse como la expresión de un estado anímico.
Un dato no menor es que todas las composiciones fueron creadas y arregladas íntegramente por Smith, lo que transforma a esta obra más que en un disco, en un manifiesto, una confesión íntima que deja al desnudo a ídolo para mostrar lo más profundo del ser humano.
El tema que abre el disco consta de una larga intro de 3 minutos antes que asome la voz de Robert, augurando una idea que se respira en todo el recorrido de este material discográfico: “Este es el final de cada canción que cantamos”.
Este sentido de finitud, la conciencia del perecer, se plasma incluso desde los títulos de las canciones: “And nothing is forever”, “Warsong”, “A fragil thing”, “Endsong”.
“¿Cómo será después de que me rinda? Mi baile cansado y la resignación me mueven lento hacia un escenario oscuro y vacío donde puedo cantar el mundo que conozco”, se pregunta y se responde Robert en All that I am.
¿Será esta una despedida? ¿Un cierre a una carrera musical que ha marcado generaciones? Es probable, y de ser así, la retirada sería gloriosa, con un álbum repleto de matices que repasan lo más personal de un Robert Smith revisionista, maduro y sensible.
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