Por Bruno Napoli y Ariel Pennisi*
“Hay que averiguar cómo recuperar la energía”, deslizó con voz suave e hizo una larga pausa. Nuestro silencio expectante y respetuoso sostuvo la espera. Luego nos completó: “Tengo que recuperar de a poco la energía del cuerpo para volver a estar en los lugares”. Un tópico simple y cotidiano, esa idea de ´los lugares´ que enhebran cualquier conversación con (o sobre) Nora Cortiñas. “¿Cómo está la situación en Jujuy?”, continuó, y hubo de parte nuestra solo respuestas de rigor, pues no merecían estar en la mesa los detalles escabrosos de dictadorzuelo del norte y sus ignominias. Pero esos destellos de inquietud en Nora, ocupada por las disidencias de la hora y construida en un cuerpo repleto de acompañamientos afectivos, cómodo en calle, incómodo en el sillón de casa, avivan una llama perenne. Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar, podría decir Norita con propiedad. Y ese mar es un pañuelo blanco y es el mundo, pero también sus rulos canosos descubiertos, entre mates o en un asado, entre copas y humoradas, vida única jugando a ser cualquier vida. Los regalos inundan su casa cálida; dibujos, libros, placas de reconocimiento, pequeños objetos, artesanías hechas por manos de agradecimiento, acolchonan el cotidiano de Norita. Unas fotos distribuidas desprolijamente y sin jerarquía invitan a acercarse, se la ve a Nora en las montañas del Kurdistán, con un grupo de mujeres aguerridas que la recibieron como su par de camino; Nora subcomandante posando con Marcos desde Chiapas; Nora en foros de discusión económica espetando a funcionarios de cualquier país: “la Deuda Externa está manchada con la sangre de nuestros hijos”; Nora visitando presos de cárceles ignotas de cualquier país y sin prensa, simplemente para que la soledad se aleje.
Nora Cortiñas solía llamar casi semanalmente a Osvaldo Bayer para saber cómo estaba y conversar de la situación del país. En el Tugurio, Osvaldo atendía el teléfono fijo de la época de Entel y cuando se percataba que Nora estaba del otro lado exclamaba: “¡Sos la mejor de todas!”. Se trataba de una expresión de afecto algo jocosa… a ninguno de los dos le interesó alguna vez ser él o la “mejor” en algo. En cambio, tanto Osvaldo como Nora siempre movilizaron lo mejor de nosotros, invitando desde lo mejor que tenían. Nora, como pasaba con Osvaldo, no sabe de escamoteos, es una escuela de generosidad, una pedagoga de saberes dulces sobre hechos amargos. Es una luchadora muy singular. Humorística, sensible, cuidadosa, intransigente. No esconde su fragilidad y no puede evitar transmitir una fortaleza conmovedora. Lúcida políticamente y atenta a cada experiencia, a cada pelea, a cada tristeza de un laburante, de “los que no tenían nada y ahora tienen menos”, como deslizó tras la represión en Guernica. Nora no es un símbolo, es una vida inmensa que resiste las significaciones que fueran; es una referente real, para consultarla, para demandar su presencia, para dejarse convocar por ella. Hasta que nos dijo: “Tengo que recuperar de a poco la energía del cuerpo para volver a estar en los lugares”. ¡Se le puede pedir algo más! ¿Aprenderemos de nuestra intemperie como ella se reinventó con la suya?
En un país que, como dice un ex ministro bloguero, medio periodista, “es para sacar entrada”, Nora fue acusada de “trotska” por una progresía oportunista, a veces rentada, cuando no alimentada a puro goce identitario. Solo por decir lo que piensa de las carencias cotidianas de las calles que se no se cansa de patear, molesta a los estrategas del sentido común pacato y conservador, a los –hoy lo sabemos– pragmáticos de la derrota. Tantas vueltas a la Plaza, tantas vueltas por el mundo, con la intención insólita de continuar sacando fuerzas de flaqueza, o inventando sarcásticamente formas de continuar.
Cierta vez, tuvo que hacer a ronda de los jueves en silla de ruedas por un serio problema en su pierna, y al oído de un participante dijo con desparpajo: “Si no puedo venir más por esta pierna, me la cortan, la ponen en arnés con cuerdas alrededor de la pirámide y la hacen girar, ¡así sigo dando la vuelta los jueves!”. Destornillados de risa por la ocurrencia, nadie aceptó el desafío, pero quedó en la galería de comentarios que no se olvidan. En otra ocasión, tomaba un café entre amistades en el bar de siempre, sobre la Avenida de Mayo, y por la puerta del bar pasó una multitudinaria marcha a favor de la legalización del cannabis… De pronto la marcha se detuvo y un mozo que estaba en la vereda entró apurado, se acercó a la mesa de Norita y le contó que los muchachos no tenían pensado irse hasta que no saliera a saludarlos y sacarse una foto al frente de la movilización. Por supuesto que con su detallismo y amabilidad se disculpó con la mesa, acomodó el pañuelo, y salió a perderse en el montón de abrazos. Agarró la planta de cannabis mas grande que pudo sostener y posó para decenas de fotos, con chicas y chicos felices por la compañía de esa Madre. Cumplido el objetivo, le agradecieron el gesto y continuaron hacia a Plaza Congreso. Norita sonriente volvió a la mesa y comentó: “¿Qué tal mi foto con esa planta de marihuana gigante? Lo que van a decir los diarios mañana… ¡Esa viejita se droga!”.
Norita no deja encuentro sin su presencia. Y es difícil explicar la alegría que genera, la energía que pone a circular. Que la batalla se dé así, estando, de cuerpo entero, con su mano afectuosa que aprieta fuerte a quien se acerque a hablarle, no es cosa de estrategas sabiondos ni de apólogos de la guerra, porque Nora non sabe separar la lucha del gesto amoroso. Es algo extraño cuando las palabras pueden ser reemplazadas por el cuerpo, pero así sucede en estos casos, únicos, anómalos, donde la demanda de presencia supera lo que se pueda decir del hecho. El único epígrafe posible, “estaba Norita”, es una frase a la que nos acostumbramos, pero no por cansancio, sino por sorpresa, aunque sea repetida. Porque no es moneda de cambio, no se gasta, se repite siempre sorprendente. El cuerpo se irá como todos los cuerpos, pero esos actos de lucha y amor, esos gestos, esas palabras justas, sus posiciones que fueron las coordenadas de tantas tempestades, son un tesoro que se funde con nuevas posibilidades…
Alguien comenta un acto, otra habla de una marcha, se menciona una conferencia o la presentación de libro, incluso el estreno de una película o de una obra de teatro… las noticias hablan de un reclamo en la puerta de una prisión, de una vigilia en territorio ignoto, de una ranchada indígena… y estaba Norita. Lo demás se añade, se analiza, se comenta, se relata, pero la presencia del cuerpo, indescriptiblemente hace historia sin más frases. Estaba Norita. Un cuerpo que desde la tragedia de la desaparición forzada aparece en todos lados para deshacer la intención de los perpetradores. ¿Hay desaparición posible estando? No pocas veces escuchamos teorías risueñas: “hay más de una Norita, no puede ser que esté en todas partes”. Norita estuvo en Cuba acompañando la firma de paz entre el Estado y las guerrillas colombianas; apareció en Jujuy marchando contra la represión y reclamando por los secuestrados por el gobierno local; apareció bien al sur, en Cushamen, pasando la noche a la intemperie, a la vera de un río donde el Estado desapareció a Santiago Maldonado. Y ahí se quedó, mirando el río, en el mismo lugar donde el cuerpo sin vida aparecería dos meses después… y tampoco se calló entonces, cuando le dijo al juez en la cara que vio el cauce casi vacío del río cuando nadie sabía de Santiago. Norita apareció en el Sahara acompañando a las mujeres oprimidas del régimen Islámico; apareció en las aulas universitarias dando su cátedra de economía, repitiendo una vez más que no hay que pagar “la deuda manchada de sangre”; apareció en una librería ignota porque un autor desconocido la invitó a presentar su libro, donde la menciona… Un cuerpo que puede contar la historia presentándose donde hay que estar. Y para que miles de personas que no se conocen, que nunca se vieron, encuentren una contraseña común, “estaba Norita”, y ya sabemos de qué se trata.
Lejos de toda solemnidad, se ríe del poder bajo cualquiera de sus máscaras, y lejos de toda candidez ejerce su poder ganado año tras año con la complicidad popular. La vimos ponerse el pañuelo para sacar a unas trabajadoras sexuales de la comisaría de un barrio perdido, la escuchamos hablar por teléfono con un sindicalista dueño de un periódico para evitar despidos de periodistas… pilla le dijo: “Es como si fueran mis nietas”. ¡Quién puede siquiera dar vuelta la cara frente a esa interpelación! Se sabe portadora de una fuerza que solo sabidurías como la suya mantienen al ras de una praxis ética y cuidadosa. Y cada escena se funde en una sonrisa suya que se imprime en el ánimo de quienes la acompañan. A Nora le gusta el encuentro festivo casi tanto como marcar el paso en la calle. Por eso, además de ser nuestra agitadora preferida, “la mejor de todas”, es nuestra amiga, si semejante cosa pudiera decirse de la relación con alguien como ella, con un cachito de una vida como la suya.
(*) Publicado en La Izquierda Diario, año 2023.
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