Por Fernando Gómez *
El gobierno de Alberto Fernández acaba de cumplir el 75% de su mandato. En apenas seis meses el Frente de Todos habrá de enfrentar definiciones en un calendario electoral que ordena la totalidad de las expectativas de una clase política que no puede despegar la nariz de su propio ombligo.
La enorme mayoría de los que pisan este suelo llegará a las urnas con un salario en el bolsillo que vale muchísimo menos de lo que valía la última vez que eligió un presidente. Adultos mayores que arrancan el año con una jubilación mínima de 50 mil pesos y aferrados a los bonos para no dejar de comer. El abismo que separa la realidad de la forma en que la percibe la clase dirigente, la expresa en forma abrumadora el propio Presidente, Alberto Fernández, quien al cierre de ésta edición certificaba que las preocupaciones que llegan a sus oídos hablan de las quejas por hacer dos horas de cola en un restaurante.
Y en alguna medida, no deja de ser una postal repetida las colas en un restaurante, ni menos repetidas aún las postales porteñas de personas que revuelven la basura para poder comer. Son la imagen nítida de un país fracturado socialmente, en el que una porción social ocupa restaurantes y goza de vacaciones y una mayoría invisibilizada no sabe cómo sobrevivir cotidianamente.
La agenda de broncas y frustraciones de la mayoría popular que depositó a éste gobierno en la Casa Rosada para que haga cosas sustancialmente distintas a las que hizo, ha desparecido por completo de las preocupaciones de una clase dirigente que deberá levantar la mirada y cotejar el clima social, antes de peinarse para la foto que ilustrará una boleta en el cuarto oscuro.
Así transcurrirá éste fatídico 2023 que apenas mostró el hocico. Nuestro pueblo con demandas que nadie escucha, y una clase política que pretende seguir aferrada a una democracia hiperformal que funciona apenas para asegurarles el trabajo, y para muy poquitas cosas más.
Lo estéril de la política
Mejor que decir es hacer, enseñaba el gran filósofo argentino. La potencia de los hechos, supera holgadamente la creatividad de las palabras, e incluso las deteriora cuando pretenden explicar lo inexplicable.
La política pensada de arriba para abajo, los diseños individuales de falsas estrategias, la confusión de los conceptos de militancia y empleo público, la reducción de una idea en escasos caracteres, el falso pragmatismo que rechaza cualquier destello de ideología, los objetivos de proyección política individual que por mucho que se encuentren no conforman un colectivo, son apenas algunos de los límites que terminan por romantizar la idea de que la política es una práctica profesional de unos pocos.
Límites que obturan la posibilidad de identificar correctamente al enemigo de los intereses nacionales y populares, que se paralizan frente a la recurrente falta de “relaciones de fuerza” terminan por imposibilitar la concreción de respuestas políticas que satisfagan las necesidades urgentes de la mayoría.
Allí donde la política se muestra estéril para resolver una realidad que castiga el bolsillo de la mayoría de los argentinos y las argentinas, es donde las palabras que celebran el crecimiento económico, el boom de exportaciones y el crecimiento de los precios internacionales de las materias primas, terminan por chocar contra la realidad.
Sobre el escaso valor de la palabra, la ineficacia de las acciones, la falta de dirección y la esterilidad de las respuestas de la política pública, es quizás donde se encuentre la parte principal de los problemas que nos atraviesan en el movimiento nacional.
Hay muchos más problemas ahí, que en la crítica expresada por quienes lo señalan.
La democracia desnaturalizada
Marcos Pastrana es un desconocido para aquellos que gustan del consumo adictivo a la rosca política y el pasilleo de palacio. Tiene 72 años, es de Tafí del Valle, Tucumán y orgulloso abuelo diaguita. A los 3 años fue llevado con su familia a la primer zafra y al calor de la sabiduría popular, fue construyendo certezas en el horizonte.
Pastrana sostuvo en una entrevista que “La democracia está desnaturalizada en su esencia. Hay una crisis muy grande de representatividad. Los representantes supuestamente del pueblo son solo representantes corporativos de partidos políticos y de multinacionales. No son gobernantes ni son funcionarios: son gerentes ejecutores de las multinacionales y de los terratenientes”.
Voces como las de Pastrana ocupan nada de lugar en la construcción colectiva de las agendas políticas. Apenas nutren las broncas y los desencantos con el que los invisibles de nuestra tierra atraviesan la realidad cotidiana. Pero hay en las certezas de los humildes que se inventan su destino a fuerza de sacrificio, de los trabajadores que saben más de lo que hacen sus patrones que sólo saben de plata. En las convicciones de aquellos que siguen viviendo orgullosos en la Argentina, hay una democracia llena de vida que no llega a una superficie agrietada, infertil por la sequía ideológica que la atraviesa.
Hace poco nomás, Laura Richardson, la titular del Comando Sur de Estados Unidos reconoció públicamente el sustrato del redespliegue geopolítico del decadente imperio. Expresó de manera brutal una suerte de NeoMonroismo en el que consideraba como propios los recursos estratégicos existentes en nuestra Patria Grande. Puntualizó nuestras reservas de litio, gas, energías renovables e hidrocarburos, y trazó una estrategia de apropiación de los mismos.
Lejos de conmover a la clase política argentina, las fuerzas electorales que se presentan antagónicas, y mucho más aún, aquellos dirigentes que pretenden ostentar chances en esta fallida democracia, hacen cola para sacarse una foto ilustrada con la bandera norteamericana a sus espaldas.
Está en la naturaleza política de la alianza Juntos por el Cambio representar los intereses extranjeros hegemónicos que pretenden quedarse con la riqueza nacional. Lo descabellado es la naturalización que idénticos objetivos han transformado las ansiedades de los dirigentes del Frente de Todos.
Patricia Bullrich, Mauricio Macri u Horacio Rodriguez Larreta, como actores expectantes del Juntos por el Cambio, acompañados por el séquito de sátrapas de la UCR encabezados por Gerardo Morales de profusas relaciones en Estados Unidos, apuestan por consolidar la versión más radicalizada de la representación de intereses norteamericanos en el país.
La fuerza que ofrece dependencia económica, subordinación política e injusiticia social, sin temor al conflicto que desaten sus acciones.
En las filas del Frente de Todos, la histórica representación de intereses norteamericanos que ostenta Sergio Massa, se traduce en la oferta de un nuevo neomenemismo que sea capaz de catalizar en las filas interiores de un peronismo desvirtuado, la concreción de un país enajenado a los intereses de Estados Unidos y garante de divisas y salarios bajos para las pretensiones de las corporaciones que trabajan para su cadena de suministro. Y Wado de Pedro hace sus labores con la AmCham y el Estado de Israel.
Apenas asomado el 2023 ya empieza a mostrar su oscuridad. Las elecciones van a ocupar el día a día del lenguaje de la clase política, y pueden transformarse para el pueblo en un catalizador de sus frustraciones. Y mientras todo eso ocurre, también el FMI, como garrote cotidiano sobre el horizonte de nuestras miserias.
Pero claro, ninguna noche es eterna. Y de eso, la creatividad popular transformada en organización y la agenda patriótica traducida en voluntad política, tiene experiencias enormes para iluminar el camino que andaremos andando.
(*) Director de InfoNativa, columnista de Punto de Partida
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