Este 2020 Estados Unidos elige presidente y ya arrancaron las internas para definir candidatos: la cuestión parece resuelta para los republicanos, que ratificarán su apoyo al actual mandatario Donald Trump en la búsqueda de su reelección. Los demócratas, por otra parte, empezaron fragmentados y desgastados tras el fallido impeachment que iniciaron contra el presidente, que además está respaldado por buenos números en materia económica. Este artículo pretende trazar un cuadro sintético del actual contexto político en el que se desarrollarán las primarias norteamericanas, que este año tendrán como protagonista al Partido Demócrata.
Por Leila Bitar*
Voto popular devaluado
Arranquemos con la ardua tarea de desenmarañar un poco el complejo sistema electoral norteamericano: si bien las elecciones presidenciales están agendadas para el 3 noviembre, las primarias y caucus (demócratas y republicanos) iniciaron en lowa el pasado 3 de febrero y finalizaran recién en junio. Es importante recalcar que, en el país que se jacta de ser la democracia más consolidada del mundo, el voto popular no es definitorio, y por ende, el ciudadano de a pie no tiene la última palabra.
¿Por qué? Porque en las primarias lo que importa son los delegados, que determinarán en la Convención Nacional del partido quien será el candidato que competirá por la presidencia. Cada estado aporta un número de delegados que varía según la población. Así, California con sus casi 40 millones de votantes, otorga 415 para el Partido Demócrata, mientras que lowa, con menos de 4 millones de ciudadanos, provee sólo 41. Quien mas delegados obtenga al final del proceso es quien mas probabilidades tiene de resultar nominado en la Convención.
Otro dato a tener en cuenta es que cada distrito define sus propias reglas de juego al momento de votar: en algunos participan solo afiliados al partido, en otros pueden hacerlo todos los ciudadanos habilitados, puede ser a través del voto papel, a mano alzada o con boleta electrónica. Es tal la complejidad de este sistema de votación que la participación en elecciones viene decayendo en los últimos 30 años (aunque hay otros factores a tener en cuenta para explicar este fenómeno, como la influencia que ejercen las corporaciones en el financiamiento de las campañas y los medios de comunicación).
Tampoco está de más recordar que el voto es indirecto también en elecciones presidenciales, y que son 538 electores quienes definen el resultado de los comicios a través del Colegio Electoral. En 2016 Trump superó en esta instancia a Hilary Clinton y logró convertirse en presidente, aunque la ex secretaria de Estado de Obama había obtenido 3 millones de votos más que el magnate.
Grieta imperial
Los demócratas debutaron en el caucus de Iowa con el pie izquierdo. Hubo fallas técnicas que demoraron la carga de los resultados, que tienen especial valor en este estado porque tradicionalmente posiciona a los candidatos favoritos. La mala organización terminó con el presidente del partido del distrito renunciando y desdibujó el arranque de las primarias. Quien dio el batacazo más adelante, en New Hampshire y con más contundencia en Nevada, fue Bernie Sanders, quien (otra vez) se convirtió en una verdadera molestia para los moderados demócratas. El izquierdista, senador por Vermont, defiende sus históricas banderas de salud universal y distribución de riquezas, ¿por qué esta dando la nota ahora?. Por un lado, porque ya no sólo lo votan jóvenes universitarios de clase media alta, y mide bien entre la comunidad hispana e incluso afroamericana. Por otro lado, su buen desempeño también puede explicarse considerando la grieta estadounidense, que con tanto esmero Trump se encargó de profundizar. El último ejemplo lo encontramos durante la ceremonia del Estado de la Unión (equivalente a nuestras aperturas de sesiones ordinarias), cuando el mandatario antes de iniciar su alocución rechazó el saludo de Nancy Pelosi (presidenta de la Cámara de Representantes), que devolvió el gesto rompiendo el discurso del presidente histrionicamente frente a todo el Congreso. En este escenario, es entendible que los moderados pierdan fuerza, mientras que las propuestas más radicales ganen terreno con la polarización. De todas maneras, el establishment demócrata está jugando todas sus cartas para sacar de juego al socialista, cuyas ideas parecen incomodar más que las del propio Trump.
Tal es así que dos candidatos del ala centrista del partido se retiraron en la previa del Súper Martes (cuando votan 14 estados en simultáneo), para beneficiar al preferido de la elite: Joe Biden. Tanto Pete Buttigieg, como Amy Klobuchar, tras deshacerse en criticas contra Sanders durante los debates, decidieron bajar sus postulaciones para despejarle el camino al ex vicepresidente de Obama, que si no fuera por impulso del voto afro en Carolina del Sur (leal al primer presidente negro de la historia), a estas alturas ya estaría fuera de carrera. Biden logró imponerse en 10 de los 14 distritos en juego, Sanders en 4, pero llevándose el premio mayor: California.
Las urnas fueron contundentes en el súper martes. La batalla real está, igual que en 2016, entre el tío Bernie y un ex funcionario de Obama, puramente demócrata. Tras los resultados, otros aspirantes se replantearon continuar en la contienda electoral: el millonario Michel Bloomberg se retiró (y sí, adivinaron, respaldó a Biden), al igual que la progresista Elizabeth Warren (buena noticia para el senador de Vermont, que acapararía una buena cantidad de esos votos).
¿Make Trump president again?
Desde la asunción de Trump en 2016, los demócratas tuvieron la agenda totalmente marcada por el líder republicano, que llevó la personalización de la política estadounidense a su punto más alto. El estilo desfachatado e irreverente, sus declaraciones a través de twitter, el poco respeto por el protocolo establecido, y las peleas mediáticas con otros líderes mundiales, contribuyeron en buena medida a que el foco estuviera puesto más en la forma que en el contenido, y el reality show se instaló en el escenario politico. El punto es que sus opositores se dedicaron en estos tres años de gestión republicana a negar todo lo que él afirmaba y a cuestionar todo lo que éste aseguraba (incluso iniciaron un proceso de impeachment, que lejos de debilitarlo lo fortaleció). Mientras tanto, las propuestas y el debate serio acerca de las principales problemáticas que aquejan al pueblo estadounidense, bien, gracias.
El mayor desafío de los demócratas de cara a noviembre, será desmarcarse de la sombra que Trump proyecta, y acercarse a las bases electorales con propuestas que contengan el descontento social. Ya no alcanza con una retórica progresista agotada que se limita a defender los derechos civiles de las minorías. La diversidad menos atendida es la económica, y Trump, contra algunos pronósticos, supo brindar respuestas en ese sentido a través de medidas proteccionistas, que permitieron recuperar capacidad de consumo y reducir el desempleo (donde se registra el índice más bajo en 50 años). La construcción de viviendas fue el más alto desde 1999 y la producción industrial (promesa de campaña del mandatario) va en aumento, mientras que el miedo a una inminente recesión mermó tras conocerse el crecimiento en 2019, del 2,3% en la economía, según el Departamento de Comercio de ese país.
A pesar del optimismo republicano por los números de la administración trumpista y del respaldo popular al empresario, que llegó a ser el mas alto desde su ingreso a la Casa Blanca (según un relevamiento de Gallup), el año recién comienza, y Trump, al igual que sus contrincantes, tienen mucho camino por recorrer.
*Periodista de Radio Gráfica, co-conductora de Desde el Barrio.
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